Mas que una celebración el 44 cumpleaños de nuestra Carta Magna fue un día triste. Triste para ley y las instituciones, triste para la democracia y triste para España. El día en que el presidente del Gobierno, sin escrúpulos, aprovechó la conmemoración del día de la Constitución para pisotearla.
El mismo Pedro Sánchez que, tras someterse al chantaje de los golpistas catalanes para eliminar el delito de sedición del Código Penal, confirmaba en los salones del Congreso su intención de despenalizar el delito de malversación en beneficio de los separatistas condenados por el intento de secesión de octubre de 2017. Una reforma a la carta de los delincuentes que justificó, mintiendo una vez más, en una ficticia homologación con nuestros socios europeos, pero cuya única motivación es que el inequilino de La Moncloa está dispuesto a ir a por todas para intentar dar la vuelta a las encuestas y mantenerse en el poder.
Un poder ficticio el suyo como el mismo reconoció al recomendar a los periodistas que estuviéramos atentos a la enmienda de ERC para diferenciar la corrupción con enriquecimiento personal de aquella en que no ha existido el lucro propio, tal y como como han defendido siempre desde el partido de Oriol Junqueras y Rufián. Supresión de la sedición como delito y reforma de la malversación que no son sino el primer paso para la posterior convocatoria de un referéndum de independencia, sólo en Cataluña y pactado con el sanchismo gobernante. “Lo volveremos a hacer”, dijeron y lo harán mientras haya un gobierno sometido a su extorsión.
Define la Real Academia la malversación como “el delito que cometen las autoridades o funcionarios que sustraen o consienten que un tercero sustraiga caudales o efectos público que tienen a su cargo”. Y eso es lo que hicieron los condenados por el 17-O, utilizar el dinero procedente de nuestros impuestos, es decir de todos los españoles para dar un golpe de estado contra la unidad de España. Pero eso a Sánchez ni le importa ni le parece condenable, además de que así, de paso, regala un indulto encubierto a Griñán y otros socialistas condenados por los ERE de Andalucía.
Porque Sánchez, sin más ideología y proyecto político que sus propias ambiciones sigue demostrando, día a día, que el sólo es el ejecutor de las órdenes de quienes realmente mandan en España, los que quieren destruirla. Y no lo digo yo. Lo dijo el filoetarra Arnaldo Otegui cuando resaltó que les interesa mantener cuatro años más a este Gobierno para conseguir sus objetivos. Los acercamientos y excarcelaciones de presos terroristas y la retirada de la Guardia Civil de Navarra son dos botones de muestra del chantaje soportado y consentido.
Pero, además de Sánchez, también desde la Comisión Europea se sumaron al empeño de amargar el aniversario a nuestra Ley de Leyes, aprovechando la festividad para anunciar que van a enviar una misión -se acuerdan de los hombres de negro- para ver como gestiona y qué está haciendo el Gobierno con los fondos europeos. En otras palabras, que ante la falta de transparencia del Ejecutivo español quieren saber de motu proprio ¿cómo, porqué y a quién se dan los fondos?, y sobre todo a qué proyectos se destinan además de a hacer carriles bici, cambiar persianas y a modernizar las sedes de Comisiones Obreras y UGT.
Y para fin de fiesta nos enteramos de que la Ejecutiva Federal del PSOE ha decidido, acatando las órdenes del amo Sánchez, expulsar del partido a Joaquín Leguina, el único socialista que consiguió presidir la Comunidad de Madrid, y que ha sido uno de las voces más críticas contra el presidente y el sanchismo. Porque Leguina no ha dejado de ser socialista, es el PSOE el que ha abandonado el socialismo. “Algo habrá que hacer antes de los votos echen a este tipo”, afirmaba recientemente un Leguina indignado por la supresión de la sedición como delito. Pero los barones críticos en el partido o hablan, pero no se mueven como Page, o abjuran en menos de 24 horas de sus palabras y convicciones como Lambán humillándose cobardemente el caudillo. La oposición sigue mayoritaria errática haciendo alarde de impericia. ¿Y la sociedad civil?, anestesiada.