Estrenos online: reseña de “Blonde”, de Andrew Dominik (Netflix)

Hay biografías cinematográficas que se hacen de afuera hacia adentro, que se apoyan en grandes hechos de la vida de una persona y buscan contarlos desde alguna perspectiva singular. Otros eligen un camino totalmente opuesto, abandonando por completo esos “grandes éxitos” y centrando su atención en un hecho determinado que puede ser relevante para comprender al personaje en cuestión. RUBIO opera desde ambos ángulos a la vez: no abandona por completo los hechos clave pero se cuenta desde dentro del personaje como si todo lo que se observa fuera una alucinación, una pesadilla, la película de una vida.

A pesar de estar basado en un célebre libro de Joyce Carol Oates que se ha tomado muchas libertades con la historia real de Marilyn Monroe, RUBIO Se vive como una autobiografía, una inmersión psicológica en la vida de una estrella de cine torturada que nunca parece medir muy bien lo que le sucede, que lo vive como un extraño juego en el que todos intentan usarla y manipularla. Visto desde esa perspectiva, es un mundo monstruoso en el que nadie está a salvo: Hollywood como película de terror y Marilyn como la pequeña Dorothy en la versión más fantasmagórica y grotesca de Oz.

RUBIO No apuesta por el realismo. Está narrada como una larga sesión de terapia psicoanalítica desde el punto de vista de una niña dañada (por su madre enferma, su padre abandonado) que atraviesa etapas del más oscuro de los juegos de rol: un Hollywood más parecido al de MULHOLLAND DRIVE, de David Lynch, que a la historia oficial. No es una fábrica de sueños sino de pesadillas. Es Norma Jeane interpretando a Marilyn, interpretando un papel dentro de otro e intentando, sin suerte, volver a ser ella misma, ser considerada como algo más que una rubia sexy y tonta pero sin poder conseguirlo. En algún momento de sus casi 170 minutos, la película se empantanará demasiado en sus aspectos más brutales y, como una sesión de terapia demasiado larga, uno se sentirá abrumado por tanta angustia acumulada y necesitará un respiro. Tal vez ver una comedia con Marilyn Monroe…

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RUBIO comienza con la infancia de Norma Jeane, una serie de vivencias propias del cine de terror más brutal: una niña a merced de una madre psicológicamente rota (Julianne Nicholson) que vive poniendo a ambos en riesgo de muerte, especialmente al impresionable pequeño chica. Hay un padre ausente (un famoso actor, al parecer, pero quizás solo sea un invento o una alucinación de la madre) que moviliza a la ya adolescente Norma, que vivió gran parte de esa etapa en un orfanato, para ir a probar suerte en Hollywood. .

Pero Norma pronto se dará cuenta -en esa etapa previa a la fama- que la industria del cine es muy parecida a un burdel, que detrás de los flashes hay una jungla de maltratadores que cazan a jóvenes inocentes con sueños de fama, incluidos jefes de estudios que no lo son. nombradas pero conocidas. Estos “padrinos” de los futuros Harvey Weinsteins del mundo le están marcando el territorio a esta niña desesperada por un padre y figura de autoridad, lo que la hará caer en las peores manos posibles.

Dominik saltará de ahí a la etapa más conocida de la actriz, a principios de los años 50, en la que su conflicto comenzará a ser tratado con seriedad en su profesión. En cada casting, en cada ensayo, se verá no sólo el talento natural de la chica sino lo poco que parece importarles a los ejecutivos, productores e incluso directores que la observan, quienes tras una larga escena de emotivo desgarro de la chica Solo comento lascivamente su apariencia cuando la vio salir del lugar. Norma lo sabe, por supuesto, y en algún momento comienza a jugar ese juego, sin más remedio que caer en esa trampa y cosechar algunos de los beneficios. Es la única opción posible, al parecer, asumir como Marilyn ante los flashes.

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Dominik dará amplio espacio a su vida sexual, al curioso triángulo que crea con dos hijos de famosos (los de Charles Chaplin y Edward G. Robinson) y tres de sus relaciones más conocidas. la de Joe DiMaggio (Bobby Cannavale), la leyenda del béisbol; el dramaturgo Arthur Miller (Adrien Brody) y el presidente John F. Kennedy, quizás el más inquietante y desagradable de los tres. Con las anteriores, en realidad, el susto siempre pasaba por la diferencia entre la pública Marilyn y la niña asustada que era básicamente Norma Jeane, algo con lo que sus maridos nunca pudieron lidiar. La famosa escena de la falda al viento de Marilyn explica muy bien el fenómeno y la distancia entre el mito y la realidad.

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El declive psicológico de la niña se llevará una buena hora de película y allí Dominik se adentrará en un territorio un tanto grotesco, rayano en lo patético. Desde el consumo de drogas y abusos varios hasta la forma gráfica de mostrar sus embarazos fallidos o interrumpidos accidentalmente, la directora de MATARME SUAVEMENTE No sabrá cerrar sin grandilocuencia lo que supo construir en sus primeras dos horas de película. Es que es uno de esos directores a los que les gusta hacerse notar, escuchar el sonido de su propia voz y en algún momento se enreda en la interminable decadencia del, por entonces, icónico personaje.

Dominik pasa del color al blanco y negro, cambia de formato, combina estilos y mueve la cámara como si estuviera dentro de la atracción más terrorífica de un parque de atracciones. Es un cineasta inquieto, creativo y con muchas ideas visuales que quiere evitar a toda costa los clichés. Lo consigue, es cierto, aunque no todas sus elecciones son acertadas y algunas muy infelices. Pero en este tiovivo del horror, en esta fábula de Caperucita Roja enfrentándose a decenas de lobos feroces, las palmas van para Ana de Armas, la verdadera revelación de esta película única, ambiciosa y por momentos notable. La actriz realiza una actuación cruda, al borde de la implosión, la desintegración, el desgarro. La niña parece poseída por el espíritu de Norma Jeane. No es una imitación sino una encarnación en el sentido más religioso de esa bendita palabra.

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