La expectativa | La Prensa Gráfica

¿Qué significa? Es la esperanza de realizar algo, es la posibilidad de conseguir algo, es la posibilidad razonable de que algo suceda. Hay más definiciones en el diccionario, pero esto es suficiente.

En educación la expectativa tiene mucho significado. De manera sencilla, si un maestro labora en una comunidad en donde los estudiantes parecen tener limitaciones, las expectativas sobre su desempeño en el aula seguramente son reducidas. Los niños y las niñas, piensa el docente, tienen limitaciones cognitivas por los problemas de nutrición que arrastran; tienen un vocabulario reducido; muchos están bajo la responsabilidad de abuelos o abuelas; algunos carecen del apoyo familiar necesario para que avancen en el sistema educativo; y en el lugar de donde residen, no hay oportunidades para que se desarrollen, y hay más para justificar.

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Con estas justificaciones los docentes tienen limitadas expectativas sobre lo que los estudiantes pueden aprender, pueden avanzar y pueden desarrollarse. El esfuerzo en la planificación de la enseñanza, en la motivación del aprendizaje, en el descubrimiento y la orientación de las capacidades e intereses de los niños y las niñas bajo su responsabilidad, es bajo, es limitado, es inexistente. Con esta expectativa, el esfuerzo docente es mínimo. ¿Cuántos ejercen la docencia con estas expectativas? Es la pregunta del millón.

La Ley General de Educación en su primer artículo establece: “La educación es un proceso de formación permanente, personal, cívico, moral, cultural y social que se fundamenta en una concepción integral de la persona humana, de su dignidad, de sus valores, de sus derechos y de sus deberes”. En dos de los ocho objetivos legalmente establecidos se dice que la educación debe “desarrollar al máximo posible el potencial físico, intelectual y espiritual de los salvadoreños, evitando poner límites a quienes puedan alcanzar una mayor excelencia” y también “cultivar la imaginación creadora, los hábitos de pensar y planear, la persistencia en alcanzar los logros, la determinación de prioridades y el desarrollo de la capacidad crítica”. ¡Inspiradores y desafiantes objetivos del quehacer educativo!

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¿Qué es posible lograr de estos objetivos cuando las expectativas de los docentes sobre los estudiantes son limitadas, bajas o inexistentes? Me imagino que poco, tan poco como lo que se refleja en el desempeño académico en pruebas de saberes en lenguaje y matemática de sexto grado y pruebas psicológicas para evaluar competencias individuales que justifiquen la inversión en enseñanzas complementarias al sistema formal de educación. Los resultados hacen evidente el retroceso educativo y la pobreza de aprendizaje que identifican fuentes internacionales especializadas.

La situación empeora cuando se conocen opiniones de padres o madres sobre las exigencias a estudiantes para que aprovechen oportunidades de desarrollo complementarias. Algunos creen que “es muy difícil lo que están pidiéndole a mi niño porque está muy chiquito”. Si esta actitud es generalizada, hay presión sobre los docentes para que “no esperen mucho y tampoco exijan mucho a sus estudiantes”. Y si los docentes consideran que la opinión de los padres o madres, amparada a la LEPINA, les pone en riesgo de ser acusados de maltrato estudiantil, la educación se paraliza.

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El desarrollo del máximo posible del potencial de niños, niñas y adolescentes salvadoreños tiene como condicionante que los progenitores tengan elevadas expectativas de desempeño en los estudiantes y que los docentes tengan las competencias y el compromiso para asumir la tarea de hacer realidad los objetivos de la educación. La pandemia vino para quedarse. Ya es hora de ponerse exigentes con el rendimiento académico si queremos aprovechar el talento de niños, adolescentes y jóvenes salvadoreños.

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