Santa Fe Klan sobre su carrera y su barrio

Al día siguiente, viajamos a la casa-estudio del artista, ubicada en una elegante zona de Zapopan, Jalisco. El escenario es otro: un gran sofá con una pantalla de televisión gigante y varias consolas de videojuegos; un esqueleto de tamaño real vestido de beisbolista yace en uno de los sillones junto a un plato de guacamole a medio comer, cuadros panorámicos, samplers y tornamesas. De mirada profunda, el artista suele observar de frente mientras responde y ríe al tiempo que celebra sus propias ocurrencias. “Nunca he ido al psicólogo y es un error, porque tengo un desastre en mi cabeza, muchas ideas, problemas y tristezas”, reconoce. “Me arrepiento de no haber acabado la escuela. Iba a clases y me ponía a escribir canciones, no me importaban los maestros. Quisiera regresar, pero ¿te imaginas el desmadre que se haría si voy ahorita?”, advierte.  “Me he metido de todo. Antes eran cosas más fuertes, pero las dejé y ahora solo consumo alcohol y mariguana. Las pastillas no me gustan porque tengo la sangre bien caliente y cualquier cosita, o si me faltan al respeto, me hierve por dentro”, advierte con coraje.

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Sobre la legalización, opina que “le quitaría mucha inspiración a su música. Legalizar la mariguana le quitaría el sentimiento de peligro de hacerlo a escondidas”, y también reconoce que, pese a la fama, ha sido discriminado: “Hay gente que no me reconoce en algunos aeropuertos y me doy cuenta de que me ven raro por mis tatuajes. Soy humilde de corazón. A veces, me canso, pero no puedo hacer nada porque soy figura pública y no puedo cagarla ni defenderme porque es dar mal ejemplo”. En el cuerpo del artista habitan varios tatoos. Tantos, que ni él mismo recuerda cuántas veces se ha rayado la piel. En su espalda destaca la imagen del Rey del Corrido, Chalino Sánchez —uno de los primeros mártires de la música norteña, asesinado en Sinaloa a principios de los años 90— que convive con el poeta ranchero José Alfredo Jiménez. Uno de los más nuevos es el rostro de su querida novia, la influencer Maya Nazor y también tiene a sus padres dibujados en los brazos; además del Pípila, ese héroe nacional representativo de su natal Guanajuato, imagen que lo conecta con esa mexicanidad a la que nada suele reprocharle. “Estoy orgulloso de mi país. Aunque, a veces no me guste, termina ganando lo que sí me gusta y lo que me inspira. Me acostumbré a esta vida mala como todos y si un día me voy a vivir a otro lado, digamos a España, siento que me voy a querer regresar a México luego, luego”, reconoce. Un cristo, un San Judas, las palabras “dinero, adicción, lágrimas, amor” y los números 473 —la clave de larga distancia telefónica de su Estado— y 1999 —su fecha de nacimiento— son parte del cuadro.

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“Mi felicidad son ellos, mi barrio y mi disquera”.Ram Martínez